¿Es un diccionario? Sí, pero no. Como la imagen que uso del Juicy Salif. ¿Es un exprimidor? Sí, pero no. Quiero decir: tiene forma de exprimidor, ¿Funciona para exprimir limones? Más o menos. ¿Sirve para hacer jugo? Depende de tu pulso y tu paciencia. ¿Tiene algo que ver con un diccionario? Sí, totalmente.
Con este Diccionario Cítrico, la idea es más o menos la misma. No se trata tanto de definir, sino de exprimir al máximo las palabras antes de ponerlas en boca de todos. Apretarlas un poco para ver qué sentido les queda. Porque hay términos que repetimos como si fueran limonada: empatía, resiliencia, comunidad, innovación, cuidado. Son frescos, amables, bienintencionados, caen bien. Pero cuando los pasamos por un poco de presión, dejan ver otras capas, otras texturas.
Además, elegí este exprimidor porque no es solo un elemento de cocina: es un objeto de museo. Forma parte de la colección permanente del MoMA y genera desde hace décadas un tipo muy especial de conversación*: esa que se da cuando algo cotidiano se convierte en símbolo. Starck lo dijo mejor que nadie:
“Mi exprimidor no está pensado para exprimir limones, sino que tiene la intención de iniciar conversaciones.”
Con este diccionario pretendo lo mismo. Que no sirva solo para usar, sino también para discutir. Que no sea decorativo, ni funcional, sino provocador.
Y sí, por si hacía falta, una razón más: todo esto sucede en un newsletter que se llama Por los museos. Así que, ¿cómo no iba a elegir como logo un objeto de cocina que se exhibe en un museo? Uno que nació del cruce entre un calamar con limón y una servilleta manchada. Un diseño que no mide su valor por lo que rinde, sino por lo que genera.
Como este diccionario. Que no pretende cerrar sentidos, sino abrirlos. Y si en el camino algo se derrama, bienvenido sea.
Ese borde entre lo utilitario y lo poético es justamente lo que me interesa. Porque este diccionario —lo incorporo en el newsletter Por los museos— anda sobre esa línea: entre lo que se usa todos los días (las palabras) y lo que muchas veces olvidamos mirar de cerca (su sentido, su carga, su historia, su ideología).
Bueno, eso: ¿hablamos?
EXTRAS:
Bocetos entre vacaciones
Era 1990. Alberto Alessi le había pedido a Philippe Starck que diseñara una bandeja de acero inoxidable. Pasaron los meses, las ideas, los intentos... pero nada convencía al diseñador. Alessi fue paciente, aunque ya empezaba a resignarse.
Hasta que un día recibió un sobre enviado desde la isla de Capraia. Adentro, una servilleta arrugada, manchada con grasa y salsa de tomate. Venía de Il Corsaro, una pizzería donde Starck había almorzado con su familia durante las vacaciones.
Sobre esa servilleta aparecían varios dibujos: formas puntiagudas, patas largas, estrías como de calamar. Lo que había comido —calamares con limón— terminó convertido en el boceto del Juicy Salif.
No era una bandeja, no era funcional, no era lo que Alessi había pedido. Pero era otra cosa: una pieza capaz de cambiar la conversación.
Cátedra morfología
*Iba a escribirle al Pala, mi amigo diseñador industrial, para charlar con él sobre el Juicy Salif antes de crear la imagen del diccionario. Pero no: le voy a mandar esto ya publicado, para que me cuente qué pasa —y qué pasaba— en la cátedra de morfología con este y otros diseños de Starck.
Diccionarios
Inspirado por Flaubert y su Diccionario de lugares comunes, por el Diccionario del Diablo de Ambrose Bierce, y por mis autores favoritos: Fontanarrosa —su inolvidable conferencia Sobre las malas palabras en el III Congreso de la Lengua—, Leo Masliah y sus horóscopos -que inspiraron antes los refranóscopos- y Georges Perec, toda su obra puede leerse como un intento de clasificar lo inclasificable, nombrar lo irrelevante, poner en lista lo que se escapa al lenguaje habitual.
Ahora sí, primeras entradas del Diccionario Cítrico
| 1 | Palabra | Definición | DC | Lecturas |
empatía
(f.) Del gr. empátheia, “sufrir con”.
Gesto bien visto que consiste en decir “me pongo en tu lugar” mientras se conserva intacto el propio lugar.
Reacción emocional que dura lo que un video viral.
Forma aceptable de apropiarse del dolor ajeno sin modificar nada estructural.
Práctica social donde sentir por el otro es más fácil que responderle desde una posición comprometida.
Aplicado: “Los maestros están trabajando más que antes, pedimos un poco de empatía.” (Dicho por quien una semana antes se quejaba en redes de que su hijo “no aprende nada” por culpa de los paros.)
Basta que algo no funcione como debería —una pérdida, un gran dolor, una injusticia enorme, o simplemente algo que incomoda— para que aparezca una palabra con ínfulas de súperpoderes, como si pudiera arreglarlo todo: empatía. Hay que tener empatía, dicen. Piden empatía. Ofrecen empatía. Se reparte como un gesto suave, como una mantita emocional.
Pero ¿qué quiere decir, en serio, tener empatía? ¿Ponerse en el lugar del otro? ¿Imaginar cómo se siente? ¿Y después? ¿Volver al propio lugar como si nada?
Levinas dice que no hay forma de ocupar el lugar del otro. Que el otro es, por definición, otro. Inabarcable. Y que lo verdaderamente ético no es decir “te entiendo”, sino hacerse cargo de esa diferencia que nunca vamos a poder borrar. Estar, responder, aunque no comprendamos del todo.
Escucho esa palabra todo el tiempo. Empatía con quienes perdieron todo. Con quienes no tienen seguro, ni respuestas. Pero, ¿qué significa eso en serio? ¿Sentir con ellos? ¿O evitar sentir demasiado para no incomodarse? ¿Decirlo en redes y seguir de largo?
La empatía puede ser una forma de privilegio, dice Sara Ahmed. Ponerse en el lugar del otro, a veces, es una manera de consumir el dolor ajeno. De apropiárselo, sentirlo un rato y después irse. Como quien dice “ay, qué fuerte lo tuyo” y vuelve a su mundo, con las cosas en su lugar.
“Esto es amor como empatía: te amo e imagino no solo que siento como tú sientes, sino que podría sentir tu dolor por ti. Pero imagino ese sentimiento solo en tanto no lo tengo ya; el deseo mantiene la diferencia entre la que se "convertiría" y estaría con dolor y la otra que ya "está" con dolor o lo "tiene". De esta manera, la empatía sostiene la diferencia misma que intenta sobrepasar: la empatía sigue siendo un "sentimiento de deseo", en la que los sujetos "sienten" algo distinto a lo que otra siente, en el mismo momento de imaginarse que podrían sentir lo que otra siente.”
No se trata de ser el otro, ni de traducir su experiencia. Se trata, quizás, de bancarse la incomodidad. De no entender del todo y, aun así, estar. No es una conexión sentimental. Es una responsabilidad.
“El exhorto de un dolor así, como dolor que no puede compartirse mediante la empatía, es un llamado no solo para que se dé una escucha atenta, sino también una manera diferente de habitar.
Es un llamado a la acción, y una demanda de una política colectiva basada no en la posibilidad de que podamos reconciliarnos, sino en que podamos aprender a vivir con la imposibilidad de la reconciliación, o aprender que vivimos con y junto a los demás, y, sin embargo, no somos como uno solo.”
Y por eso esta palabra, tan usada, tan bienintencionada, tan de Recursos Humanos, abre este diccionario. Porque muchas veces lo que parece dulce es lo más ácido. Como el limón. Como ciertas verdades.
Para profundizar en serio:
Emmanuel Levinas – Ética e infinito
Sara Ahmed – La política cultural de las emociones
| 2 | Palabra | Definición | DC | Lecturas |
resiliencia
(f.) De resilio, “volver a saltar” o “recuperarse”.
Técnica de supervivencia ante la falta de alternativas.
Narrativa motivacional que transforma el desgaste estructural en mérito personal.
Versión moderna del “aguantá y agradecé”, ahora con coaching ontológico.
Capacidad de seguir funcionando mientras todo alrededor se cae a pedazos, sin pedir explicaciones ni aumento.
“La resiliencia del pueblo argentino es un ejemplo para el mundo.” (Dicho por un empresario devenido senador, minutos después de votar a favor de nuevos recortes en salud, educación y salarios.)
Hay palabras que suenan bien aunque duelan. Resiliencia es una de ellas.
Durante años, se nos enseñó que ser resilientes era algo bueno. Que lo admirable era aguantar, soportar, adaptarse, seguir de pie aunque se venga todo abajo. Que lo importante era levantarse una y otra vez, como si el sistema no tuviera nada que ver con las caídas.
Pero ¿aguantar qué? ¿Adaptarse a qué? ¿Por qué seguimos repitiendo esa palabra como si nos curara, cuando a veces solo nos adormece?
En vez de destacar la resiliencia individual, Judith Butler propone reconocer la vulnerabilidad colectiva y la interdependencia. En vez de preguntarnos cómo cada uno sobrevive, preguntarnos qué condiciones hacen que tengamos que sobrevivir así.
“¿De dónde podría surgir un principio que nos comprometa a proteger a otros de la violencia que hemos sufrido, si no es de asumir una vulnerabilidad humana en común? Esto no significa negar que la vulnerabilidad sea diferenciada, que está distribuida diferencialmente a lo largo del planeta."
Para Byung-Chul Hanl, la resiliencia se convirtió en una forma de autoexplotación decorada con frases lindas. Se espera que rindamos incluso cuando estamos rotos, que sigamos funcionando aunque todo alrededor se desmorone. Y si no podemos, la culpa es nuestra. Nos faltó resiliencia.
Lo que antes se llamaba injusticia ahora se llama oportunidad de crecimiento. Lo que antes se llamaba precariedad ahora es flexibilidad. El dolor se vuelve mérito. El cansancio, virtud.
El capitalismo es experto en reciclar el sufrimiento, plantea Mark Fisher. La resiliencia funciona como una herramienta ideológica: te hace pensar que el problema sos vos, no el sistema. Que lo que te pasa es una falla personal, no una consecuencia estructural. Que si no te alcanza, si no podés más, si estás agotado, es porque no le pusiste suficiente actitud.
"La privatización del estrés es un sistema de captura perfecto, elegante en la brutalidad de su eficiencia. El capital enferma al trabajador, y luego las compañías farmacéuticas internacionales le venden drogas para que se sienta mejor. Las causas sociales y políticas del estrés quedan de lado mientras que, inversamente, el descontento se individualiza e interioriza."
Y así andamos. Reivindicando la resiliencia como si fuera un superpoder. Celebrando la capacidad de adaptarse como si fuera elección. Abrazando un concepto que, en su forma más cruda, nos enseña a agradecer que no nos escupan mientras nos empujan al abismo.
Quizás haya que recuperar otra palabra: resistencia.
Quizás haya que dejar de celebrar tanto al que aguanta, y empezar a escuchar al que ya no puede más.
Para profundizar en serio:
Judith Butler – Vida precaria
Byung-Chul Han – La sociedad del cansancio
Mark Fisher – Realismo capitalista
Muy bueno, gracias. Lo consultaremos cada semana.